Los peligros de la tecnología

La tecnología puede ser nuestra mejor aliada y nuestra peor enemiga. El uso excesivo de las nuevas formas de comunicación digital amenaza con desconectar a sus usuarios del mundo real.



 ¿Quién no se sorprendió con la magia de la tecnología, enviando sus primeros correos electrónicos? ¿O recibiendo su primera llamada a un teléfono celular? Es innegable que la internet y la telefonía móvil han revolucionado nuestras vidas y que sería más bien inútil defender un mundo sin semejantes desarrollos de comunicación. Pero el abuso de las nuevas tecnologías, que nacieron como una bendición de los tiempos modernos, puede resultar un infierno, la condena de una sociedad cada vez más individualista. Por andar conectados, hemos terminado desconectados.

En la época de las grandes facilidades de comunicación podríamos decir que estamos incomunicados y enfermos. La aldea global de la que hablaba McLuhan nos ha regalado paradójicamente una nueva soledad, una humanidad aislada de sí misma, de las personas que ama, de las cosas ciertas y sólidas.

La tecnología no es mala en sí misma, es maravillosa. Sin embargo, muchas personas no le han dado un uso adecuado, la han convertido en una amenaza. Curiosamente los hombres inventamos la tecnología para poder disfrutar más de nuestros espacios, para ganar tiempo, para hacer de la vida una experiencia más gratificante. También la tecnología es una oportunidad de extender nuestras facultades psíquicas y relacionales y de lograr con la comunicación una experiencia más eficiente y humanizante. Sin embargo, el manejo que cada quien le da a la tecnología habla mucho de su personalidad; el uso excesivo de la tecnología puede ser la manifestación de los vacíos afectivos, de los puntos ciegos de carácter y de reprogramación de nuestros miedos y neurosis, de nuestras dependencias e incapacidades.
Cifras en Colombia
Decode, una compañía canadiense especialista en mercado para jóvenes, realizó una encuesta por internet entre 1.820 personas de Colombia entre los 15 y los 39 años, y comprobó cómo los colombianos menores de 40 años se relacionan más en el ciberespacio que en la vida real y tienen más contactos virtuales que físicos. También observó que después de la cama y el trabajo, internet es el objeto que más atención ocupa. Un claro ejemplo de esta ciberdependencia es el fenómeno mundial de Facebook, en donde las personas se pasan horas revisando perfiles y sosteniendo comunicación con cientos de amigos, aunque en realidad no tengan uno solo de carne y hueso con quien salir a tomar un café.
El equipo investigativo de InsideFacebook ha descubierto que el nivel de crecimiento de Facebook ha aumentado a la tasa de 700.000 nuevos usuarios cada día y está a punto de alcanzar los 250 millones de miembros alrededor del mundo.
De conservar este ritmo de crecimiento, al finalizar el año 2009 Facebook habrá superado los 300 millones de usuarios, que podrán ser 300 millones de personas con el riesgo de caer en la desconexión interior del mundo real, de reforzar su aislamiento del mundo y ser adictos a este tipo de relacionamiento caracterizado por una constante búsqueda de reafirmación a través de lo que cuentan en la red. Según el psicólogo Adam Joison, internet les permite crear los “yos” anhelados o posibles en sus vidas ciberespaciales, escapando del proceso de desarrollo de estos mismos “yos” frente a la familia, las figuras de autoridad y las personas cercanas.
El crackBerry
Muchos hacen de la tecnología una maldición. No ponen límites y siguen encadenados digitalmente a la silla de la oficina inclusive tarde en la noche y los fines de semana, gracias al BlackBerry. Tanto que los expertos ya hablan del crackBerry, una esclavitud a ese bendito celular. Los adictos a este aparato sufren verdaderos trastornos de personalidad y presentan complejos comportamientos disociativos. En las reuniones de trabajo, en una junta ejecutiva, los asistentes digitan con pasmosa tranquilidad mensajes de SMS mientras escuchan una presentación, cada uno en su propio mundo y en el cercano: el de la junta de ocasión.
Este mismo comportamiento ejecutado en el hogar es desastroso, pues es la manifestación de una compulsión hacia la tecnología, que interfiere en la vida diaria y en la calidad de las relaciones. Los crackBerry se niegan a apagar sus aparatos y hasta anulan su vida privada. Pasan jornadas de domingos contestando mails, para desatrasar el trabajo del lunes, mientras que por contraste condenan y relegan a los hijos a últimos lugares de atención. Casi siempre interrumpen las conversaciones cara a cara, o de la pareja, para contestar, virtualmente, al jefe, o al compañero de oficina igual de adicto y enfermo, y ya no sabe cómo soportar un fin de semana con esos extraños que llama familia.
Una presencia ausente
De nada sirve poner la foto de los hijos o del amor como protector de pantalla. Esto a veces recrea otra locura: el desplazamiento afectivo. Llenamos tanto esos objetos tecnológicos de los seres que amamos, que empezamos a relacionarnos más con ellos que con los de verdad y terminamos amando los objetos tecnológicos como si fueran personas esenciales.
Como los turistas japoneses, muchos prefieren ver la vida a través de la cámara digital. Los adictos a los aparatos tienen como manía palpar el celular y sentir un gran alivio al encontrarlo en su bolsillo. Hay personas realmente alteradas cuando se quedan sin pila, cuando no hay señal. Físicamente, expresan sudoración, asfixia y hasta síndrome de abstinencia (no pueden vivir sin consumir), como si su cordón umbilical de conectividad dejara de latir. Este tipo de comportamientos generan una presencia ausente: la persona está en la sala, en la alcoba, pero su mente, su atención, está en la espera del sonidito de nuevo mensaje de texto, o del pitico de alguien en el chat. El colmo de la desconexión.
Algunas personas llegan al extremo de recurrir a la comunicación a través de la red, navegando codo a codo, laptop a laptop, con su pareja. Si algunas mujeres y hombres se quejaban porque la tecnología había secuestrado a sus parejas, ahora los encuentran online, como sacados de internet. Juntos, conectados cada uno con su laptop, pero separados, chatean y se mandan mails o links de una orilla de la cama a la otra, vacunando su relación contra el virus del contacto.
La tecnología puede volvernos mudos, ausentes, evadidos, despersonalizados de la pareja y de la familia, cuando lo que necesitan nuestros seres cercanos es nuestra presencia plena, un abrazo o compartir el silencio sin interrupciones. En el espacio de la intimidad, libre de intrusos, se construye la confianza y la profundidad de la relación. Hay que dejar atrás ese cuentico setentero que lo importante no es la cantidad de tiempo juntos sino la calidad. ¡Mentira! Para establecer una relación, para criar y para amar, se necesita tiempo, y espacio, pues sólo en el silencio profundo y la atención plena florece lo esencial del vínculo, lo que permanece. Esta es una de las claves del desarrollo del amor, la intimidad, la comunicación de lo profundo, de lo que va por dentro de nosotros. Para lograrlo es necesario dar el primer paso: apagar los aparatos y encender la tibieza, la mirada, el toque y la palabra dulce. Mañana puede llegar a la oficina como un héroe: pudo elevar una cometa con su hijo y no contestó el celular. Tal vez algún día pueda llegar a apagarlo y, por qué no, hasta ignorarlo para volver a ver a su pareja.